Antídoto en la Sección Oficial de Photoespaña

 Antídoto, Santi González 2012
El remedio a los males de la condición humana. 
La transición definitiva del micro al macro universo, interior. 


Antídoto forma parte de una selección de piezas realizada por Raqs Media (http://www.raqsmediacollective.net) para los premios Click & Rec de videoarte y que se expondrán en una de las salas de exposiciones de Matadero de Madrid (http://www.mataderomadrid.org) hasta el próximo 22 de julio, dentro de la exposición La Imagen Ausente de la sección oficial del festival de PhotoEspaña 2012.

Le Derro-che por Raquel Zenker

 Le Derro-che, Santi González 2008

¿Podremos siquiera atrevernos a utilizar  el vocablo “derroche”?, ¿no se ha convertido en este comienzo de siglo en un término maldito e innombrable?. Si es cierto, que solo al nombrar o pronunciar esta palabra, sus connotaciones nos lleva a todos aquellos excesos con los que pavoneábamos orgullosos nuestros méritos y novedosas adquisiciones.  Un consumismo aterrador, que nos convirtió en seres deseosos, insatisfechos, en aras de una cultura llena de artificios.

Hemos presenciado desde la invisibilidad consciente, la paulatina pérdida del valor simbólico; sin apenas darnos cuenta, inmersos como estamos dentro de un despiadado materialismo compulsivo, manipulados, sin apenas ser conscientes de ello.

Quizás ahora, en este tiempo turbulento a nivel social y económico,  debamos bajar la cabeza, y sentir vergüenza por ese “derroche” constante e individualista. Aún así, presenciamos con indolente pasividad, como la avaricia sigue  carcomiendo muchos cuerpos deseosos, poderosos, que deambulan, sin ton ni son, en nombre de una cultura mercantilista, y que pretende en todo momento, hacernos sentir como culpables. Un modelo oscuro, donde el poder de los antiguos estados coloniales e imperialista, se ha ido traspasando a una serie de empresas multinacionales, financieras que caracteriza a este nuevo orden económico internacional, donde lo social, apenas si tiene cabida y si la tiene, es dentro de la cultura del miedo, con la única intención de paralizarnos y no dejarnos actuar.

Todo en aras de una bienintencionada globalización del capital, cuya esencia es el dominio y la imposición, engullendo a su paso todas aquellas áreas que aún quedaban en los márgenes de la sociedad. Límites en los que la cultura, pénsabamos, podía sobrevivir fuera  de las dinámicas del capitalismo tardío.

Este valor utópico de nuestro imaginario cultural, se vuelve irrisorio actualmente, al constatar que la producción estética, no es más que otra mercancía dentro de esta gran maraña capitalista. Constantemente  subvencionada, arropada y manipulada,  la cultura no deja de generar y degenerar-se, con la única intencionalidad de producir “un impacto máximo, a la vez que  una obsolescencia instantánea”, como diría  George Steiner. Una dinámica de producción cultural cuyo consumo, ha llevado a desear de manera compulsiva; la novedad, la sorpresa, el entretenimiento ante nuevas experiencias, por supuesto rápidas y desechables. Al igual que los fastfood, hemos generado la fastculture, donde los procesos reflexivos dentro de la creación, desaparecen, pues solo el apetito de la bigmac cultural es satisfecho después de su consumo. Y más si podemos tener un 2×1 ¡sorpresa! nuestro banal apetito cultural estará más que satisfecho.
Dentro de este contexto de la modernidad  líquida, definida por Zygmunt Bauman, la vida se ha convertido en un continuo transitar,  un eterno consumir objetos que prematuramente envejecen, y que están continuamente condenados a ser reemplazados, pues siempre habrá un objeto más auténtico, perfecto, continuamente versionado, que nos convierte nuevamente en seres deseosos, insatisfechos e inseguros ante la gran diversidad de novedades. Todo ello, con el fin último de convertir  nuestra sociedad en generadora continua de derroche y  desperdicios.

Detritos que hoy entierran al llamado tercer mundo, pues es ahí donde acaba todo nuestro derroche, ahogando, aún más,si  puede, a los habitantes de ese submundo, que no han encontrado otro modo de supervivencia que subsistir a costa de nuestros desechos. Creando ciudades paralelas a una posible Leonia, ciudad donde la  opulencia de los lugareños se medía por la cantidad de cosas que derrochaban, para dejar sitio a las novedades. Una Ciudad Invisible que sin saberlo Italo Calvino, predijo. Urbe consumista, deseante y precaria, generadora de un continuo derroche, que necesitaba ser aplastado por las ciudades vecinas en aras de un continuo crecimiento.

Perdidos como estamos en este consumismo extremo, nos encontramos ante una constante  pérdida de nuestras subjetividades. Pues hemos  caído irremediablemente,  dentro de las estrategias de mercado, engañados por todos aquellos intercambios simbólicos que remueven nuestras emociones reiteradamente, con la única intención, si cabe, de producir falsos afectos.

Esta experiencia prefabricada del sujeto, el continuo Lebeswelt del estar hoy en el mundo, nos condiciona como creadores, como ya constata Alberto Sánchez Balmisa en su artículo “Cuestión de producción: arte y economía”, ante la existencia de elegir La posibilidad de entregarse a esta industria depravada del just-in-time, o bien optar por la experiencia mística, primigenia cargada de valor simbólico. Dos opciones donde al artista actual deambula, inseguro, inestable ante la complejidad de un mundo hoy, incomprensible. Aún así, se concede al artista, la licencia de experimentar, arriesgarse en sus discursos, siguiendo libremente sus intuiciones, pues es lo único que le queda, intentar explicar, entender lo inexplicable.

Le derro-che, una no conferencia participativa, que cierra este primer ciclo de Photobrik no hace más que sacar a la luz todo este entramado complejo que constituye los márgenes invisible, que identifican hoy la producción estética, y el estar hoy en el mundo.

Santi González, nos incomoda, cuestionándonos  sobre el significado del quehacer artístico, dentro de la complejidad de este entramado social. Buscando en todo momento la inmersión del público en un espacio de reflexión, en una constante indagación de nuevos usos estratégicos para la producción estética, cuyo último objetivo sería reconstruir, curar la herida que  nunca cicatriza.

Su discurso  se articula  a partir de una necesidad, una búsqueda constante de concienciarnos de los peligros de nuestra época: manipulación, destrucción de la naturaleza, opresión, etc.

Este creador “ transdisciplinar”, – que  no renuncia a la especificidad de cada disciplina como fotografía, vídeo, performance, instalación, etc; sino que entre cada una de ellas pretende crear un ámbito de encuentro- ; nos hace partícipes de su producción artística desde el comienzo del acto. Pues es en este primer encuentro,  al llegar a la sala, cuando se nos propone donar algún pequeño objeto inservible que llevemos encima. Una implicación gestual que viene acompañada de un trueque, ya que nuestros tetrabriks de productos lácteos (fin último de Photobrik), son canjeados por una tarjeta similar a las tarjetas magnéticas donde la serie numérica nos servirá para un posterior sorteo de una de sus obras.

¿Renuncia voluntaria al beneficio económico en aras de una creación ajena al mercado?, o simplemente hacernos recapacitar sobre ese valor simbólico de intercambio, de trueque sin mediar, al menos por esta vez, el valor económico como fin último de la creación artística. Una creación que durante su no-conferencia  se irá materializando, pues todos aquellos objetos entregados, sean chicles, tickets de la compra, bonos de guagua, …etc. Todos esos elementos cotidianos que conforman nuestro “derroche” diario son capturados por su cámara con el fin último de conformar la obra final. Una obra única, creada entre todos, pues es nuestro valor simbólico, nuestro gesto generoso de querer compartir y donar nuestro derroche, el que ha posibilitado la realización de la misma. Una obra colaborativa,  que nos hace ser conscientes de poder actuar dentro de un proceso de subjetivación colectiva y solidaria, donde incluso el título de la misma es elegido por el colectivo de la masa, la multitud entusiasta que es partícipe de esta acción. Y cuyo fin último será la donación.

Nada es dejado al azar, pues este autor, Santi González, nos invita de esta manera a reinventar el proceso creativo dentro de un formato novedoso de no conferencia participativa. Una producción estética que se ejecuta in situ, desde la invisibilidad, ya que no es hasta el final del acto, cuando este autor aparece. Pero no desde el presente, sino  desde un futuro lejano, despojado de su identidad de creador. Convertido en un guía de museo, reivindica, a través de su obra, la importancia del valor formativo y concienciador dentro del espacio museístico. Una irónica búsqueda del poder reflexivo del público asistente. Pues son ellos, habitantes del futuro, los que viajan en el tiempo, encontrándose en una sala del museo, ante una obra titulada  “Encapsulando Derroche” realizada por un  artista llamado Santi González , ejecutada el 18 de Mayo, Día Internacional de los Museos, en ese mismo centro de arte, el CAAM. Un artista, como así nos constata el guía del museo,  que intentó con su discurso cambiar el curso del mundo, a través de esta obra con la única intencionalidad de servir de recordatorio a futuras  generaciones sobre  lo sobrante de aquella sociedad. Una sociedad, donde primaba la obsolescencia de los grandes relatos, inmersos en una crisis económica, moral y de valores, donde el pensamiento se percibía débil, fragmentado, “Il pensiero debole” como diría  Feltrinelli. Una sociedad  a su vez manipulable , en tanto en cuanto, el ser, se da solo dentro de sus interpretaciones.

Un discurso articulado en aras de generar un tejido colectivo, solidario y proactivo, promoviendo la empatía como fin último de esperanza para las venideras generaciones. Una actitud que exige la toma de conciencia y la voluntad de actuar, aleccionándonos sobre la importancia del compartir. Pues si algo dejó claro este autor, fue la necesidad de reactivar las potencialidades críticas del individuo ante esta sociedad, con un discurso, si cabe, esperanzador.

Esperamos que este viajero del espacio, tenga razón y consiga al fin, traernos desde el futuro, ese antídoto encapsulado,  que nos devuelva la esperanza. Pues es una necesidad urgente, despertar de nuestro letargo social, si nos dejan, claro.
Raquel Zenker