Le Derro-che, Santi González 2008
¿Podremos siquiera atrevernos a utilizar el vocablo “derroche”?, ¿no
se ha convertido en este comienzo de siglo en un término maldito e
innombrable?. Si es cierto, que solo al nombrar o pronunciar esta
palabra, sus connotaciones nos lleva a todos aquellos excesos con los
que pavoneábamos orgullosos nuestros méritos y novedosas adquisiciones.
Un consumismo aterrador, que nos convirtió en seres deseosos,
insatisfechos, en aras de una cultura llena de artificios.
Hemos presenciado desde la invisibilidad consciente, la paulatina
pérdida del valor simbólico; sin apenas darnos cuenta, inmersos como
estamos dentro de un despiadado materialismo compulsivo, manipulados,
sin apenas ser conscientes de ello.
Quizás ahora, en este tiempo turbulento a nivel social y económico,
debamos bajar la cabeza, y sentir vergüenza por ese “derroche”
constante e individualista. Aún así, presenciamos con indolente
pasividad, como la avaricia sigue carcomiendo muchos cuerpos deseosos,
poderosos, que deambulan, sin ton ni son, en nombre de una cultura
mercantilista, y que pretende en todo momento, hacernos sentir como
culpables. Un modelo oscuro, donde el poder de los antiguos estados
coloniales e imperialista, se ha ido traspasando a una serie de empresas
multinacionales, financieras que caracteriza a este nuevo orden
económico internacional, donde lo social, apenas si tiene cabida y si la
tiene, es dentro de la cultura del miedo, con la única intención de
paralizarnos y no dejarnos actuar.
Todo en aras de una bienintencionada globalización del capital, cuya
esencia es el dominio y la imposición, engullendo a su paso todas
aquellas áreas que aún quedaban en los márgenes de la sociedad. Límites
en los que la cultura, pénsabamos, podía sobrevivir fuera de las
dinámicas del capitalismo tardío.
Este valor utópico de nuestro imaginario cultural, se vuelve
irrisorio actualmente, al constatar que la producción estética, no es
más que otra mercancía dentro de esta gran maraña capitalista.
Constantemente subvencionada, arropada y manipulada, la cultura no
deja de generar y degenerar-se, con la única intencionalidad de producir
“un impacto máximo, a la vez que una obsolescencia instantánea”, como
diría George Steiner. Una dinámica de producción cultural cuyo consumo,
ha llevado a desear de manera compulsiva; la novedad, la sorpresa, el
entretenimiento ante nuevas experiencias, por supuesto rápidas y
desechables. Al igual que los fastfood, hemos generado la fastculture,
donde los procesos reflexivos dentro de la creación, desaparecen, pues
solo el apetito de la bigmac cultural es satisfecho después de su
consumo. Y más si podemos tener un 2×1 ¡sorpresa! nuestro banal apetito
cultural estará más que satisfecho.
Dentro de este contexto de la modernidad líquida, definida
por Zygmunt Bauman, la vida se ha convertido en un continuo transitar,
un eterno consumir objetos que prematuramente envejecen, y que están
continuamente condenados a ser reemplazados, pues siempre habrá un
objeto más auténtico, perfecto, continuamente versionado, que nos
convierte nuevamente en seres deseosos, insatisfechos e inseguros ante
la gran diversidad de novedades. Todo ello, con el fin último de
convertir nuestra sociedad en generadora continua de derroche y
desperdicios.
Detritos que hoy entierran al llamado tercer mundo, pues es ahí donde
acaba todo nuestro derroche, ahogando, aún más,si puede, a los
habitantes de ese submundo, que no han encontrado otro modo de
supervivencia que subsistir a costa de nuestros desechos. Creando
ciudades paralelas a una posible Leonia, ciudad donde la opulencia de
los lugareños se medía por la cantidad de cosas que derrochaban, para
dejar sitio a las novedades. Una Ciudad Invisible que sin saberlo Italo
Calvino, predijo. Urbe consumista, deseante y precaria, generadora de un
continuo derroche, que necesitaba ser aplastado por las ciudades
vecinas en aras de un continuo crecimiento.
Perdidos como estamos en este consumismo extremo, nos encontramos
ante una constante pérdida de nuestras subjetividades. Pues hemos
caído irremediablemente, dentro de las estrategias de mercado,
engañados por todos aquellos intercambios simbólicos que remueven
nuestras emociones reiteradamente, con la única intención, si cabe, de
producir falsos afectos.
Esta experiencia prefabricada del sujeto, el continuo Lebeswelt del
estar hoy en el mundo, nos condiciona como creadores, como ya constata
Alberto Sánchez Balmisa en su artículo “Cuestión de producción: arte y
economía”, ante la existencia de elegir La posibilidad de entregarse
a esta industria depravada del just-in-time, o bien optar por la
experiencia mística, primigenia cargada de valor simbólico. Dos
opciones donde al artista actual deambula, inseguro, inestable ante la
complejidad de un mundo hoy, incomprensible. Aún así, se concede al
artista, la licencia de experimentar, arriesgarse en sus discursos,
siguiendo libremente sus intuiciones, pues es lo único que le queda,
intentar explicar, entender lo inexplicable.
Le derro-che, una no conferencia participativa, que
cierra este primer ciclo de Photobrik no hace más que sacar a la luz
todo este entramado complejo que constituye los márgenes invisible, que
identifican hoy la producción estética, y el estar hoy en el mundo.
Santi González, nos incomoda, cuestionándonos sobre el significado
del quehacer artístico, dentro de la complejidad de este entramado
social. Buscando en todo momento la inmersión del público en un espacio
de reflexión, en una constante indagación de nuevos usos estratégicos
para la producción estética, cuyo último objetivo sería reconstruir,
curar la herida que nunca cicatriza.
Su discurso se articula a partir de una necesidad, una búsqueda
constante de concienciarnos de los peligros de nuestra época:
manipulación, destrucción de la naturaleza, opresión, etc.
Este
creador “ transdisciplinar”, – que no renuncia a la especificidad de
cada disciplina como fotografía, vídeo, performance, instalación, etc;
sino que entre cada una de ellas pretende crear un ámbito de encuentro- ;
nos hace partícipes de su producción artística desde el comienzo del
acto. Pues es en este primer encuentro, al llegar a la sala, cuando se
nos propone donar algún pequeño objeto inservible que llevemos encima.
Una implicación gestual que viene acompañada de un trueque, ya que
nuestros tetrabriks de productos lácteos (fin último de Photobrik), son
canjeados por una tarjeta similar a las tarjetas magnéticas donde la
serie numérica nos servirá para un posterior sorteo de una de sus obras.
¿Renuncia
voluntaria al beneficio económico en aras de una creación ajena al
mercado?, o simplemente hacernos recapacitar sobre ese valor simbólico
de intercambio, de trueque sin mediar, al menos por esta vez, el valor
económico como fin último de la creación artística. Una creación que durante su no-conferencia se irá materializando,
pues todos aquellos objetos entregados, sean chicles, tickets de la
compra, bonos de guagua, …etc. Todos esos elementos cotidianos que
conforman nuestro “derroche” diario son capturados por su cámara con el
fin último de conformar la obra final. Una obra única, creada entre
todos, pues es nuestro valor simbólico, nuestro gesto generoso de querer
compartir y donar nuestro derroche, el que ha posibilitado la
realización de la misma. Una obra colaborativa, que nos hace ser
conscientes de poder actuar dentro de un proceso de subjetivación
colectiva y solidaria, donde incluso el título de la misma es elegido
por el colectivo de la masa, la multitud entusiasta que es partícipe de
esta acción. Y cuyo fin último será la donación.
Nada es dejado al
azar, pues este autor, Santi González, nos invita de esta manera a
reinventar el proceso creativo dentro de un formato novedoso de no
conferencia participativa. Una producción estética que se ejecuta in
situ, desde la invisibilidad, ya que no es hasta el final del acto,
cuando este autor aparece. Pero no desde el presente, sino desde un
futuro lejano, despojado de su identidad de creador. Convertido en un
guía de museo, reivindica, a través de su obra, la importancia del valor
formativo y concienciador dentro del espacio museístico. Una irónica
búsqueda del poder reflexivo del público asistente. Pues son ellos,
habitantes del futuro, los que viajan en el tiempo, encontrándose en una
sala del museo, ante una obra titulada “Encapsulando Derroche”
realizada por un artista llamado Santi González , ejecutada el 18 de
Mayo, Día Internacional de los Museos, en ese mismo centro de arte, el
CAAM. Un artista, como así nos constata el guía del museo, que intentó
con su discurso cambiar el curso del mundo, a través de esta obra con la
única intencionalidad de servir de recordatorio a futuras generaciones
sobre lo sobrante de aquella sociedad. Una sociedad, donde primaba la
obsolescencia de los grandes relatos, inmersos en una crisis económica,
moral y de valores, donde el pensamiento se percibía débil, fragmentado,
“Il pensiero debole” como diría Feltrinelli. Una sociedad a
su vez manipulable , en tanto en cuanto, el ser, se da solo dentro de
sus interpretaciones.
Un discurso articulado en aras de generar un
tejido colectivo, solidario y proactivo, promoviendo la empatía como fin
último de esperanza para las venideras generaciones. Una actitud que
exige la toma de conciencia y la voluntad de actuar, aleccionándonos
sobre la importancia del compartir. Pues si algo dejó claro este autor,
fue la necesidad de reactivar las potencialidades críticas del individuo
ante esta sociedad, con un discurso, si cabe, esperanzador.
Esperamos que este viajero del espacio, tenga razón y consiga al fin, traernos desde el futuro, ese antídoto encapsulado, que nos devuelva la esperanza. Pues es una necesidad urgente, despertar de nuestro letargo social, si nos dejan, claro.
Raquel Zenker